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Saturday, May 18, 2019

Karl Ove Knausgård




          Los dos leíamos mucho, cada uno por nuestro lado, y hablábamos de eso o lo tomábamos como punto de partida, porque también nuestras propias experiencias se entretejían en las conversaciones, que eran interminables, a veces nos quedábamos hasta altas horas de la noche y continuábamos al día siguiente por la tarde, no de un modo forzado o artificial, tanto él como yo estábamos hambrientos, los dos teníamos el deseo de aprender latiendo en el cuerpo, los dos sentíamos el placer del movimiento, porque eso era lo que ocurría, nos empujábamos el uno al otro hacia delante, una cosa conducía a otra, de pronto me oía a mí mismo hablar de algo en lo que nunca había pensado, ¿y de dónde venía eso?
No éramos nadie, dos jóvenes estudiantes de Literatura charlando en una casa ruinosa en una pequeña ciudad en el borde del mundo, un lugar en el que jamás había sucedido nada significativo y seguramente nunca ocurriría, apenas habíamos empezado nuestras vidas y no sabíamos nada de nada, pero lo que leíamos sí era algo, trataba de las cosas más extremas, escrito por los pensadores y autores más importantes de la cultura occidental, y en realidad era un milagro que bastara con rellenar una ficha de préstamo en la biblioteca para tener acceso a lo que Platón, Safo o Aristófanes habían escrito hace mucho en la profundidad de los tiempos, u Homero, Sófocles, Ovidio, Lúculo, Lucrecio, o Dante, Vasari, Da Vinci, Montaigne, Shakespeare, Cervantes, Kant, Hegel, Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger, Lukács, Arendt, o los que lo hacían en nuestra época, Foucault, Barthes, Lévi-Strauss, Deleuze, Serres. Por no hablar de los millones de novelas, obras de teatro y poemarios que existían. A sólo una ficha y unos días de distancia. No leíamos ninguno de esos libros para reproducir su contenido, como era el caso del programa del curso de literatura, sino porque podían aportarnos algo.