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Friday, August 31, 2007

Caótica Ana.


Los ojos de Ana, de un inmaculado verde vida, conforman la bella esencia y el motor de esta historia. Su desnudo natural y sano, sus rastas, su sonrisa y su pureza nos obligan a abrirle el corazón. Su padre, un monstruo de las cavernas, es feliz viviendo sólo para ella. Bebe, esa parda del coló de la tierra, a modo de Sancho Panza, toca el mundo con unos dedos rugosos y cansados que no se resignan, pero que siguen chocando una y otra vez contra la crudeza del hombre. Antonio Vega, cantando la desgarradora Agárrate fuerte a mí María (compuesta por el inmenso Enrique Urquijo a su hija) crea la atmósfera necesaria para la escena más conmovedora de la película.
A uno le pueden gustar detalles como la alegre nieve que cae en el retiro, el indio gordo y borracho tirado a la puerta de un bar, la personalidad de unos cuadros llenos de vida y color, el remite de Klaus Médem... o uno puede fascinarse con símiles tan hermosos como el de la paloma y el halcón, como el de las diferentes puertas que siempre encontramos en el camino... pero nunca ha de olvidar el verdadero fondo de lo que nos transmite Médem: la generosidad del género femenino a lo largo de la historia, el sacrificio de tantas mujeres, mártires de la libertad, que entregaron su vida por el bien de una ingrata humanidad. Si los presidentes de gobiernos fueran todos mujeres, no habría guerras, sólo ellas saben lo grande que es el dolor de una madre que pierde a su hijo. Médem es tan genial que incluso abarca a cubrir, por algunos importantes huecos, la necesidad de denunciar injusticias como la de los marroquíes con los saharauis o la de los americanos con los iraquíes. A pesar del consabido fracaso, la vida detrás de la vida es el enigma que sólo los que se quedan sin espíritu se cansan de intentar descifrar. El verdadero caos que expresa Ana es el que llevamos dentro cada uno de nosotros.

Thursday, August 23, 2007

Sobre la novela Imeres apraxias de Jose María Méndez.


Hace algunos días llegó a mis manos, por pura casualidad, esta novela de nombre raro (cuya traducción es Días Vacíos) de un tal Jose María Méndez de San Fco de Olivenza, Badajoz. Me llamó la atención también por la compilación de famosas pinturas de la contraportada. Comencé a leerla sin mucha fe pero, para mi sorpresa, unos minutos después me percaté de que había alcanzado ya la página veinticinco. Tan absorto y enganchado estaba con aquellas líneas que no pude dejar de leer hasta el final. El narrador, Milos, rebelde y soñador, relata su adolescencia con una inmensa nostalgia, y lo hace desde alguna desconocida atalaya en el tiempo. Amante de la música y la pintura, Milos se va topando de lleno con la realidad de su pequeño pueblo griego “Halki”, donde no entienden su espíritu liberal. Ariadna, una chica profunda y de vocación humanitaria, lo comprende, pero juntos se enfrentan a un destino lleno de obstáculos. El autor nos describe una apasionante relación amorosa, tan abismal como intensa. En esos años donde el amor es más puro y auténtico. Sin conocer a Jose María ni haber estado nunca en Grecia, me atrevo a decir que la idiosincrasia de esta pequeña localidad está muy muy relacionada con la vida típica de todos los pueblos extremeños. Sin dudarlo, apuesto por un halagüeño futuro de esta obra y su autor, y aconsejo su lectura.

Publicado en Hoy. 23-8-07. Luis Miguel Miraflores Campos.