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Tuesday, June 21, 2011

Tener clase, por Manuel Vicent


No depende de la posición social, ni de la educación recibida en un colegio elitista, ni del éxito que se haya alcanzado en la vida. Tener clase es un don enigmático que la naturaleza otorga a ciertas personas sin que en ello intervenga su inteligencia, el dinero ni la edad. Se trata de una secreta seducción que emiten algunos individuos a través de su forma natural de ser y de estar, sin que puedan hacer nada por evitarlo. Este don pegado a la piel es mucho más fascinante que el propio talento. Aunque tener clase no desdeña la nobleza física como un regalo añadido, su atractivo principal se deriva de la belleza moral, que desde el interior del individuo determina cada uno de sus actos. La sociedad está llena de este tipo de seres privilegiados. Tanto si es un campesino analfabeto o un artista famoso, carpintero o científico eminente, fontanero, funcionaria, profesora, arqueóloga, albañil rumano o cargador senegalés, a todos les une una característica: son muy buenos en su oficio y cumplen con su deber por ser su deber, sin darle más importancia. Luego, en la distancia corta, los descubres por su aura estética propia, que se expresa en el modo de mirar, de hablar, de guardar silencio, de caminar, de estar sentados, de sonreír, de permanecer siempre en un discreto segundo plano, sin rehuir nunca la ayuda a los demás ni la entrega a cualquier causa noble, alejados siempre de las formas agresivas, como si la educación se la hubiera proporcionado el aire que respiran. Y encima les sienta bien la ropa, con la elegancia que ya se lleva en los huesos desde que se nace. Este país nuestro sufre hoy una avalancha de vulgaridad insoportable. Las cámaras y los micrófonos están al servicio de cualquier mono patán que busque, a como dé lugar, sus cinco minutos de gloria, a cambio de humillar a toda la sociedad. Pero en medio de la chabacanería y mal gusto reinante también existe gente con clase, ciudadanos resistentes, atrincherados en su propio baluarte, que aspiran a no perder la dignidad. Los encontrarás en cualquier parte, en las capas altas o bajas, en la derecha y en la izquierda. Con ese toque de distinción, que emana de sus cuerpos, son ellos los que purifican el caldo gordo de la calle y te permiten vivir sin ser totalmente humillado.

Thursday, June 16, 2011

Mouseland, por Clarence Gillis

Esta es la historia de un lugar llamado Mouseland. Mouseland era un lugar donde todos los ratoncitos vivían y jugaban, donde nacían y morían. Y ellos vivían de la misma manera que tú y yo lo hacemos. Incluso tenían un parlamento y cada cuatro años tenían elecciones. Caminaban rumbo a las urnas y votaban. Algunos hasta obtenían alguna ventaja, una ventaja que recibían cada cuatro años, como es lo normal. Tal como nos pasa a ti y a mí.

Y cada día de elecciones todos los ratoncitos acostumbraban a ir a las urnas y elegían un gobierno. Un gobierno formado por enormes y gordos gatos negros. Ahora bien, si pensáis que es extraño el elegir gatos siendo ratones, solo hace falta mirar la historia, entonces te darás cuenta que ellos -los ratones- no son más estúpidos que nosotros. No estoy diciendo nada en contra de los gatos, ellos eran buenos compañeros, conducían el gobierno dignamente, elaboraban buenas leyes, es decir, leyes buenas para los gatos. Y estas leyes que eran buenas para los gatos, no eran muy favorables para los ratones.

Una de las leyes decía, que la entrada a la ratonera debía ser tan grande como para que un gato pudiera meter su pata en ella. Otra ley decía, que los ratones solo podían moverse a ciertas velocidades, para que el gato consiguiera desayuno sin realizar mucho esfuerzo físico.

Todas estas leyes, eran buenas para los gatos, aunque para los ratones eran bastante duras. Y cuando los ratones lo tuvieron más y más difícil, y se cansaron de aguantar, dijeron de hacer algo al respecto. Entonces, fueron en masa a las urnas, votaron contra los gatos negros y eligieron gatos blancos.

Los gatos blancos lanzaron una campaña genial, dijeron: - Todo lo que necesita Mouseland es una visión de futuro”, y terminaron prometiendo: - El problema de Mouseland, son las entradas redondas de las ratoneras, si ustedes nos eligen, las construiremos cuadradas. Y lo hicieron. Las entradas cuadradas eran el doble de las redondas, ahora el gato podía meter las dos patas y la vida para los ratones, se tornó más complicada.

Y cuando no pudieron soportarlo más, votaron contra los gatos blancos y pusieron a los negros de nuevo. Para luego regresar a los blancos y de ahí a los negros otra vez. Incluso trataron con gatos mitad negro, mitad blanco y lo llamaron coalición.

En su desesperación, intentaron dar el gobierno a gatos con manchas, eran gatos que intentaban sonar como ratones pero comían como gatos. Verán amigos míos, el problema no estaba en el color de los gatos, el problema estaba en que eran gatos. Y como son gatos, naturalmente miraban por sus intereses de gato y no de ratones.

Finalmente, llegó desde lejos un ratoncito quién tuvo una idea. Mis amigos, atentos a las palabras del humilde compañero, el ratón les dijo: - Miren, compañeros, ¿por qué seguimos eligiendo un gobierno hecho por gatos?, ¿por qué no elegimos un gobierno de ratones?

-Ohh, ¡es un comunista! dijeron. Así que lo metieron en la cárcel.

Pero quiero recordarles que pueden encerrar a un ratón o a un hombre, pero lo que nunca podrán, será encerrar las ideas.

Thursday, June 02, 2011

Ese donquijotesco Celso

Uno podía encontrar a aquel inmenso bajito caminando por los pasillos del instituto Reino Aftasí de Badajoz. De rostro enjuto, mirada inteligente, voz imponente y elegancia legendaria, Celso se caracterizaba por sus gafas pequeñas, su desafiante sombrero y por los tres o cuatro libros que jamás faltaban bajo su brazo. Podía aconsejarte escritores griegos de novela negra, citarte a Alonso Quijano o analizar la última novela de Paul Auster. A los alumnos les gustaba hacer apuestas entre ellos, ¿quién sería el primero que lograra burlarse de él con alguna pregunta trampa? Sus respuestas, tan contundentes como ingeniosas, les hacían perder siempre.

Aunque supiera que esto iba a pasar, nunca me lo acababa de creer. Llevo todo el día dándole vueltas a algunos de los momentos que pasé con él; cuando lo alcé a hombros con otro compañero en medio de una comida para que lanzara su discurso, cuando me contó el accidente de coche que había tenido su hija, cuando me contagió esa deliciosa afición de coleccionar El Quijote en cada idioma, cuando en La Tahona, entre evaluación y evaluación, criticaba a los escritores suecos porque en sus libros "hay muchas palabras"...

Los buenos profesores nunca mueren, dejan una estela imborrable, pasan un testigo inmortal, siembran unas fabulosas semillas... Y es que un Celso afecta a la eternidad. Por eso, aunque hace escasas horas abandonara este mundo con su elegancia de siempre, permanecerán, incrustados por los siglos, sus consejos, sus ideas, su infinita sombra. Además, Quijano recobró la cordura unos minutos antes de su fin; Celso no perdió nunca su genial locura.