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Sunday, May 01, 2011

Sábato, antes del fin

Nací cerca de Buenos Aires el 24 de junio de 1911 para ya nunca abandonar esta forma de ser tan paradojalmente argentina. En mi adolescencia poseía una energía atroz y sentía a la vez una mezcla de fuerza cósmica, de odio y de indecible tristeza. Sólo diré que en el caso de vivir cinco mil años, me sería imposible olvidar hasta mi muerte aquellas siestas de verano: con aquella hembra anónima, múltiple como un pulpo, flexible y perversa como una gran víbora. Tras mi doctorado en físicas me fui a París. Durante ese tiempo de antagonismos, por la mañana me sepultaba entre probetas, y por la noche pululaba por tugurios con los delirantes surrealistas, aquellos heraldos del caos. En el Laboratorio Curie, en una de las más altas metas a las que podía aspirar un físico, me sentí vacío de sentido. Golpeado por el descreimiento, seguí avanzando por una fuerte inercia que mi alma rechazaba. Un buen día, mientras me hallaba enfrascado entre logaritmos y sinusoides, me dio por levantar la cabeza y encontrar a los hombres. Así nació el escritor. Acompañado por Matilde y Jorge, de cuatro años, me fuí a vivir a las sierras de Córdoba, en un rancho sin agua ni luz. Bajo la majestuosidad de los cielos estrellados, sentí paz. Si no nos ocupamos del infinito no vale la pena que nos ocupemos de nada. Deseaba vivir en la meditación, afrontar únicamente los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que ella tenía para enseñarme; no sucediera que, estando próximo a morir, descubriese que no había vivido. Y poco a poco sentí que la furia volvía a subir en mí. Años después presidí la comisión de investigación de los desaparecidos en la dictadura. Allí aprendí mucho sobre la vida. Qué misterioso es el mundo. Sólo la gente superficial no lo ve. Conversás con el vigilante de la esquina, le haces tomar confianza y al rato descubrís que él también es un misterio. El Destino no se manifiesta en abstracto sino que a veces es un cuchillo de un esclavo y otras veces es la sonrisa de una mujer soltera.

Ahora estoy cerca de los cien. Ya me queda poco tiempo. Hay días en que me invade la tristeza de morir y, como si pudiera ser la muerte la engañada, me atrinchero en mi estudio y me pongo a pintar con frenesí, confiando en que ella no me arrebatará la vida mientras haya una obra sin terminar entre mis manos. La sociedad actual constituye una inmensa decepción. Tenemos que reaprender lo que es gozar, estamos tan desorientados que nos han hecho creer que gozar es ir de compras. Un lujo verdadero es un encuentro humano, un momento de silencio ante la creación, el gozo de una obra de arte o de un trabajo bien hecho. El demagogo Anito no disponía de otro recurso de difusión que su propia voz, y con todo logró convencer a la masa de que Sócrates debía beber cicuta. Y la masa hizo beber la cicuta al hombre más grande de toda Grecia. Calcúlese lo que pueden hacer los demagogos contemporáneos con la televisión y la prensa en sus manos.

He olvidado grandes trechos de la vida y, en cambio, palpitan todavía en mi mano los encuentros, los momentos de peligro y el nombre de quienes me han rescatado de las amarguras. También el de ustedes que creen en mí, que han leído mis libros y que me ayudarán a morir. Creo en la vida eterna en este mundo. Hay momentos en que el tiempo se detiene de repente para dar lugar a la eternidad. ¿Por qué buscar lo absoluto fuera del tiempo y no en esos instantes fugaces pero poderosos en los que, al escuchar algunas notas musicales o al oír la voz de un semejante, sentimos que la vida tiene un sentido absoluto? Ése es el sentido de la esperanza para mí y lo que, a pesar de mi sombría visión de la realidad, me levanta una y otra vez para luchar. La gente no entiende que los viejos como yo, que casi no hablan y todo el tiempo parecen mirar a lo lejos, en realidad miran hacia dentro, hacia lo más profundo de su memoria. Sólo es posible acertar con el porvenir si tratamos de descubrir las leyes del pasado.