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Wednesday, March 15, 2017

El balcón en invierno, por Luis Landero



        “Y cuando tú llegaste a Madrid con tu habla rústica y tus trazas y tus maneras campesinas, en una de las primeras clases un profesor os habló de las siete maravillas del mundo. Empezó a enumerarlas, las pirámides de Egipto, el Coloso de Rodas, los jardines de Semíramis, y cada vez que iba a decir una nueva, tú pensabas, ahora, ahora viene la Piedra Berrocal. Aquella fue otra de tus experiencias esenciales, el descubrimiento ­ la incredulidad al principio y la lenta y penosa evidencia después ­ de que allí nadie tenía noticias de la Piedra, ni del Castillo ni de Valdeborrachos, ni de don Daniel, ni de Pereira ni de Aníbal, y ni siquiera de tu pueblo. Todo un mundo de héroes y de mitos se vino abajo en un instante”.

"Tú creías que vivías en el centro del mundo, como es de suponer que les ocurrirá a todos los niños de todos los lugares, y más en los tiempos en los que no se viajaba ni había televisión. Las cosas entonces se escribían todas con mayúsculas: el Padre, el Abuelo, el Maestro, el Libro, el Médico, el Conductor de automóviles, el Escribiente, el Cura, el Pueblo, la Rivera, el Castillo, porque todas eran únicas e incomparables. ¿Quién conducía mejor un automóvil, o entendía más de mecánica, que Pereira o Aníbal? ¿Quién cazaba mejor que mi abuelo o mi padre, que era echarse la escopeta a la cara y salir rodando la liebre o caer a plomo la perdiz? ¿Había en el mundo gente más rica que los ricos del pueblo, mejor médico que don Daniel, mejor músico que don Jacinto Pola? Nadie, imposible siquiera imaginarlo.. ¿Y Valdeborrachos, que era como se llamaba nuestra finca? ¿Podía haber en el mundo un lugar más bonito que aquel? Y eso por no hablar del castillo, de la rivera, de la hondura escalofriante de los pozos, de la fiereza y desmesura de los lobos y las culebras y las fieras corrupias que habitaban en lo bravío de nuestras sierras, y hasta del tonto del pueblo, que era sin duda el mejor tonto que pueda existir. Quizá por eso tú comprendes bien el sentimiento infantil de ciertos nacionalismos, capaces de sublimar su aldea hasta convertirla también en el centro del mundo, y sus cosas en excluyentes y absolutas”.