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Monday, December 17, 2012

Gulliver y los huevos



          Nuestras historias de hace seis mil lunas no mencionan otras regiones que los dos grandes imperios de Liliput o Blefuscu, grandes potencias que están empeñadas en encarnizadísima guerra desde hace treinta y seis lunas. Empezó así: Todo el mundo reconoce que el modo primitivo de partir huevos para comérselos era cascarlos por el extremo más ancho; pero el abuelo de su actual Majestad, siendo niño, fue a comer un huevo, y, partiéndolo según la vieja costumbre, le avino cortarse un dedo. Inmediatamente el emperador, su padre, publicó un edicto mandando a todos sus súbditos que, bajo penas severísimas, cascasen los huevos por el extremo más estrecho. El pueblo recibió tan enorme pesadumbre con esta ley, que nuestras historias cuentan que han estallado seis revoluciones por ese motivo, en las cuales un emperador perdió la vida y otro la corona. Estas conmociones civiles fueron constantemente fomentadas por los monarcas de Blefuscu, y cuando eran sofocadas, los desterrados huían siempre a aquel imperio en busca de refugio. Se ha calculado que once mil personas han preferido la muerte a cascar los huevos por el extremo más estrecho. Se han publicado muchos cientos de grandes volúmenes sobre esta controversia; pero los libros de los anchoextremistas han estado prohibidos mucho tiempo, y todo el partido, incapacitado por la ley para disfrutar empleos. Durante el curso de estos desórdenes, los emperadores de Blefuscu se quejaron frecuentemente por medio de sus embajadores, acusándonos de provocar un cisma en la religión por contravenir una doctrina fundamental de nuestro gran profeta Lustrog, contenida en el capítulo cuadragésimocuarto del Blundecral. No obstante, esto se tiene por un mero retorcimiento del texto, porque las palabras son: «Que todo creyente verdadero casque los huevos por el extremo conveniente».

Sunday, December 02, 2012

YO ME DIVERTIRÉ, por Javier Marías





      “La sociedad española de los últimos años desdeña a los profesores, más aún si lo son de instituto o de colegio. Se ha convertido en una profesión poco prestigiada y cada vez peor pagada, privada de la respetabilidad que merece y tan dura como ha sido siempre. El resultado es la desgana y la desmoralización de quienes llevan a cabo la más importante tarea de un país, la educación de los niños y los jóvenes, lo que los convierte en personas y los hace pensar. Es esta una época en la que los docentes gozan cada vez de menor libertad, apabullados por normas, controles y pedanterías. Y así, se les permite siempre menos el uso de la imaginación y más les son impuestos el mimetismo y la uniformidad. Habrá quienes se sientan felices por ello. En todo oficio hay y ha habido gente rutinaria y perezosa, que prefiere saber a qué atenerse, no ya a diario, sino en su entera vida. Gente que sólo busca su seguridad y jamás aventura; reiteración y no riesgo; cómodas cortapisas y reglas que descarten el traicionero entusiasmo con que a veces se acometían las tareas en el pasado. El número va menguando, pero aún quedan quedan personas que sí afrontan con imaginación y entusiasmo su trabajo cotidiano, y aun su vida entera que no quieren conocer ni vislumbrar así, entera, de antemano. Personas que recibirán las sorpresas con gusto, aun si no son muy buenas, antes que sentirse programadas hasta la eternidad. Tengo para mí que ese entusiasmo y esa imaginación son especialmente necesarios en la enseñanza. No ayudan los tiempos, que poco alientan y recompensan a los docentes, en lo político, lo económico y lo social. Pero aun así, el primer precepto de un profesor para consigo mismo ha de ser: YO ME DIVERTIRÉ. Eso creo y esa fue mi divisa durante los pocos años en que, como un impostor accidental, di clases en Oxford. Y si algo me consta es que, si me divertía yo, los alumnos se divertían también. Se intrigaban, se preguntaban, se paraban a pensar, esperaban que al final de la hora, como en un relato, se produjera una revelación, una deducción, una conclusión no insignificante; la respuesta a un enigma, o lo que es lo mismo, el logro de un conocimiento. Poco importaba que al sonar la campana nada de eso tuviera lugar; lo importante era su espera, su confianza en ello, su atención al proceso de la transmisión de un problema o de un saber. La existencia y visión fugaz del espejismo. Creo que eso es lo fundamental: enseñar a pensar, a interesarse, a intrigarse, y eso puede conseguirse hasta con la más árida y menos práctica materia, con las matemáticas y con el latín. Pero creo también que eso sólo puede lograrse con la diversión del que conduce ese pensamiento, ese interés, esa intriga”.