Los
años y el poder de las raíces me han devuelto a estos parajes. Amo
este lugar porque aquí fue donde nacieron mis ilusiones y mis
sueños, donde sufrí y anhelé un futuro de color. Aquí encontré
el cariño de gentes cercanas y amables. Me abrieron su corazón
seres buenos que me dejarían para siempre marcado. Mis dioses son
todos aquellos que me han ido ayudando a llenar la mochila con más
ideas y más bondad. La vejez me trae de vuelta al inicio. Abandoné
un país enormemente rico, lleno de posibilidades y de alegría, para
encontrarme hoy, muchos años después, este desolado paisaje donde
hasta reír es un enorme lujo. Muchos corruptos y explotadores no han
sido capaces de pensar en la sociedad. Se han enriquecido destruyendo
el bienestar de una nación. La miseria invade cada rincón de cada
calle y no se detiene ni ante hospitales y escuelas. Los que nos
prestan dinero exigen que el gasto público se reduzca infinitamente.
Los hospitales ahora no tienen ni siquiera las mínimas condiciones
en cuanto a sanitarios y medios, los profesores han perdido su
estatus, su respeto. Sus sueldos disminuyen a medida que aumentan sus
horarios y el número de sus alumnos. Aquellos colegios e institutos
que para mí fueron esenciales en la excelente educación que recibí,
donde auténticos especialistas tenían medios para desarrollar su
trabajo, ya no son más que un borroso recuerdo. El país que dejé
era una de las mayores potencias económicas; el país que encuentro
está perdido en los abismos, con una deuda extenuante cuyos
intereses se siguen disparando... Y con la peor sensación de
impotencia entre una parte de los ciudadanos, quienes, hartos e
indignados, ven cómo la propaganda del Gran Hermano sigue alelando a
la otra parte. Ni siquiera un viejo de mundo como yo puede evitar la
incertidumbre ante estos momentos decisivos. Sólo sé que ha
aflorado entre muchos una idea nueva. Arrastrándonos humillados en
los barrizales hemos podido descubrir que avanzamos juntos. Jamás
habíamos sido tan conscientes de nuestra unión. La utopía está
más cerca.
Sunday, March 03, 2013
Wednesday, January 09, 2013
Yoigo-Almendralejo y el poder ciudadano
Nunca antes había pagado
por un móvil. Si es un aparato que hará que factures miles de euros
de tu bolsillo a una compañía, no me cuadraba que hubiera que pagar
por él. Aun así, hace unos días compré por 99 euros un Samsung
en Yoigo-Almendralejo. A los siete días la
batería dejó de funcionar. Tenía óxido. Quizás le había entrado
humedad. Tras tres semanas mareándome, Yoigo no me ha dado
ninguna solución. ¿Compras un aparato electrónico por 99 euros y
no te dan ni siquiera una semana de garantía? Por otro lado, hace
poco vi un cargo en mi cuenta del que no sabía. Cuando fui al banco
me dijeron que ellos mismos me habían cobrado una especie de
mantenimiento. Al reclamar, me devolvieron el dinero, pero, ¿y si no
hubiera reclamado? Al ciudadano no le queda más remedio que
convertirse en un incansable vigilante de absolutamente todo para que
no le claven facturas de más en teléfono, luz, compras, agua,
bancos... Y uno acaba bastante quemado. Los ciudadanos deberíamos
ser conscientes de que el poder es nuestro. Si dejáramos de usar
móviles, sus compañías se arruinarían, si no nos matriculáramos
en las universidades, conseguiríamos que bajasen las tasas, si no
usáramos los bancos, se hundirían. Todos estos tiburones piensan
que, forzosamente, seguiremos usando móviles, bancos... Por eso
creen tenernos en sus manos y abusan de nosotros todo lo que pueden.
Se aprovechan al máximo gracias a aquellos que aceptan resignarse.
Antonio Montesinos un día decidió ponerse en contra del imperio más
grande de la historia, la España de Carlos I, denunciando los abusos
a los indios. Y removió tantas conciencias que logró casi erradicar
el maltrato y aceleró las independencias de muchos países
cruelmente colonizados. En 1955, Rosa Parks, una mujer negra, decidió
no cederle su asiento a un blanco en el autobús, que era lo que
imponía una injusta ley en Alabama. Aquello provocó un cambio
radical hacia la igualdad en la conciencia americana. La sociedad
abrió los ojos ante el racismo. Se cambiaron miles de leyes. Como
decía Thoreau, la fuerza de una sola persona con razón puede
cambiar civilizaciones.
Así, animo a todo el
mundo a que proteste ante cualquier injusticia. Sin miedo. Los
ciudadanos tenemos mucho más poder del que creemos. El poder es
nuestro.
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