Nuestras historias de
hace seis mil lunas no mencionan otras regiones que los dos grandes
imperios de Liliput o Blefuscu, grandes potencias que están
empeñadas en encarnizadísima guerra desde hace treinta y seis
lunas. Empezó así: Todo el mundo reconoce que el modo primitivo de
partir huevos para comérselos era cascarlos por el extremo más
ancho; pero el abuelo de su actual Majestad, siendo niño, fue a
comer un huevo, y, partiéndolo según la vieja costumbre, le avino
cortarse un dedo. Inmediatamente el emperador, su padre, publicó un
edicto mandando a todos sus súbditos que, bajo penas severísimas,
cascasen los huevos por el extremo más estrecho. El pueblo recibió
tan enorme pesadumbre con esta ley, que nuestras historias cuentan
que han estallado seis revoluciones por ese motivo, en las cuales un
emperador perdió la vida y otro la corona. Estas conmociones civiles
fueron constantemente fomentadas por los monarcas de Blefuscu, y
cuando eran sofocadas, los desterrados huían siempre a aquel imperio
en busca de refugio. Se ha calculado que once mil personas han
preferido la muerte a cascar los huevos por el extremo más estrecho.
Se han publicado muchos cientos de grandes volúmenes sobre esta
controversia; pero los libros de los anchoextremistas han estado
prohibidos mucho tiempo, y todo el partido, incapacitado por la ley
para disfrutar empleos. Durante el curso de estos desórdenes, los
emperadores de Blefuscu se quejaron frecuentemente por medio de sus
embajadores, acusándonos de provocar un cisma en la religión por
contravenir una doctrina fundamental de nuestro gran profeta Lustrog,
contenida en el capítulo cuadragésimocuarto del Blundecral. No
obstante, esto se tiene por un mero retorcimiento del texto, porque
las palabras son: «Que todo creyente verdadero casque los huevos por
el extremo conveniente».
Monday, December 17, 2012
Sunday, December 02, 2012
YO ME DIVERTIRÉ, por Javier Marías
“La sociedad española
de los últimos años desdeña a los profesores, más aún si lo son
de instituto o de colegio. Se ha convertido en una profesión poco
prestigiada y cada vez peor pagada, privada de la respetabilidad que
merece y tan dura como ha sido siempre. El resultado es la desgana y
la desmoralización de quienes llevan a cabo la más importante tarea
de un país, la educación de los niños y los jóvenes, lo que los
convierte en personas y los hace pensar. Es esta una época en la que
los docentes gozan cada vez de menor libertad, apabullados por
normas, controles y pedanterías. Y así, se les permite siempre
menos el uso de la imaginación y más les son impuestos el mimetismo
y la uniformidad. Habrá quienes se sientan felices por ello. En todo
oficio hay y ha habido gente rutinaria y perezosa, que prefiere saber
a qué atenerse, no ya a diario, sino en su entera vida. Gente que
sólo busca su seguridad y jamás aventura; reiteración y no riesgo;
cómodas cortapisas y reglas que descarten el traicionero entusiasmo
con que a veces se acometían las tareas en el pasado. El número va
menguando, pero aún quedan quedan personas que sí afrontan con
imaginación y entusiasmo su trabajo cotidiano, y aun su vida entera
que no quieren conocer ni vislumbrar así, entera, de antemano.
Personas que recibirán las sorpresas con gusto, aun si no son muy
buenas, antes que sentirse programadas hasta la eternidad. Tengo para
mí que ese entusiasmo y esa imaginación son especialmente
necesarios en la enseñanza. No ayudan los tiempos, que poco alientan
y recompensan a los docentes, en lo político, lo económico y lo
social. Pero aun así, el primer precepto de un profesor para consigo
mismo ha de ser: YO ME DIVERTIRÉ. Eso creo y esa fue mi divisa
durante los pocos años en que, como un impostor accidental, di
clases en Oxford. Y si algo me consta es que, si me divertía yo, los
alumnos se divertían también. Se intrigaban, se preguntaban, se
paraban a pensar, esperaban que al final de la hora, como en un
relato, se produjera una revelación, una deducción, una conclusión
no insignificante; la respuesta a un enigma, o lo que es lo mismo, el
logro de un conocimiento. Poco importaba que al sonar la campana nada
de eso tuviera lugar; lo importante era su espera, su confianza en
ello, su atención al proceso de la transmisión de un problema o de
un saber. La existencia y visión fugaz del espejismo. Creo que eso
es lo fundamental: enseñar a pensar, a interesarse, a intrigarse, y
eso puede conseguirse hasta con la más árida y menos práctica
materia, con las matemáticas y con el latín. Pero creo también que
eso sólo puede lograrse con la diversión del que conduce ese
pensamiento, ese interés, esa intriga”.
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