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Friday, December 25, 2009

Delicioso Proust


A los veintiocho, desesperado, se preguntaba ¿qué me queda, si he decidido no ser ni abogado ni médico ni cura? Yacía al abrigo del lecho, protegido, insomne, en encarnizada lucha por rescatar su memoria, pero, aun encerrado y envuelto por la eterna noche, Noé nunca pudo haber visto el mundo tan bien como lo vio desde el arca. Conocía más libros que gente y había perdido para siempre la risa espontánea e intermitente de la infancia. Excelso filántropo, por no poder ganarse a todos se encerró en sí mismo. Sin esa obstinada voluntad habría fenecido su mundo, donde la tiranía de las palabras le obligó a ser genial. El placer que un verdadero artista nos proporciona es el de mostrarnos un universo más. Haciendo de la lectura esas puertas que tanto nos enseñan, despiertan el espíritu; él es ese que jamás recuerda nada porque jamás olvida nada. Demostró que el genio consiste en la potencia de reflexión y no en la calidad intrínseca del espectáculo reflejado. Todos necesitamos alimentar en nosotros alguna vena de loco para que la realidad se nos haga soportable. Edificó su vida para un fin, pero no lo alcanzó, y hubo de vivir prisionero en la morada que labró. Debido a su fe, sufrió verdaderamente por ese fin inalcanzado. Admiramos hermosos cuadros, músicas exquisitas, novelas inmortales… ignorando los insomnios, las lágrimas, las angustias de vivir… que han costado a sus creadores. Vivió para desentrañar misterios; desde el porqué de esas conexiones humanas sin un fondo de atracción sexual, hasta el cómo navegaría del corazón a los labios aquello que hemos decidido ocultar siempre, pasando por el por qué vivimos con esa perfecta ignorancia de la esencia del ser que amamos. ¿Y después de su muerte siguieron existiendo el mar, las redondas rocas, el claro de luna, el cielo?, ¿qué queda por escribir después de Proust?

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