El ruido del tiempo
Cuando algún escritor
joven ofrecía su manuscrito a Hemingway, éste siempre respondía lo
mismo: «No
lo leeré; si me gusta me sentiré mal por no haberlo escrito yo y si
no me gusta me sentiré mal por haber perdido el tiempo». En el caso
de Mario Sánchez Jiménez creo que Hemingway se equivocaría. No
habría disfrutado con la lectura de esta serie de relatos de una
originalidad majestuosa y una tan acertada visión del lado oscuro de
la vida. Si sumamos el toque misterioso de Poe, la captura del
momento vital de Joyce, el punto oscuro de Salinger y la prosa
directa y seca de Carver obtenemos El
ruido del tiempo.
Un conjunto de relatos que, como su autor dice, son una metáfora
evocadora de ese sonido tumultuoso que, día tras día, se va
grabando en las personas. Estas historias formidables están plagadas
de personajes tan peculiares como un mendigo pijo, un condenado a
muerte que se cree unido a una mosca, un anciano joven o un gran
viajero que no ha salido de su pueblo. Me gustaría saber qué
misteriosas pulsiones del autor le han llevado a engendrar el germen
de este conjunto de lúcidas epifanías; unas epifanías que marcan para siempre las vidas de
todos los personajes. Lo más sorprendente es que a Mario Sánchez Jiménez no le basta con
llevarte a través de una inquietante coherencia a un abismo lóbrego y cenagoso mientras expone la trama, sino que, además, las frases finales sacan
un brazo de la página y te zarandean sin piedad para dejarte
perplejo y pensativo durante mucho tiempo: “Los días de guerra me
han perforado para siempre, pienso, mientras miro inmóvil a ninguna
parte”. “...nunca llegará a saber que su marido quiso matarla”,
“mientras las aguas iban tomando el color de la sangre y de la
muerte”...